En el mundo coexisten
situaciones antagónicas derivadas del desempeño de la economía. Por un
lado, un gran desaliento frente a las condiciones adversas en el campo
del empleo y la producción, provocadas por un severo ajuste fiscal, como
ocurre en España. Por otro lado, un verdadero arrebato sobre las
posibilidades de la rentabilidad de las inversiones que se asocian con
los programas que apenas anuncia el nuevo gobierno en México.
No hay contradicción en realidad entre ambas situaciones. Son producto de un mismo fenómeno que es la búsqueda de ganancias en un entorno global muy desigual. Se trata de aprovechar los desequilibrios existentes y las oportunidades que se van generando para sustituir aquellas que se cancelan.
Un asunto que pone de manifiesto esta cuestión es la reciente aseveración hecha en Davos por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, acerca de que se percibe que en esa región
el nivel de actividad va camino de estabilizarse a niveles muy bajos y esperamos que se produzca una recuperación a finales de año. Hay muchas dudas en el análisis y en la formación de las expectativas.
Según Draghi en la eurozona se debe superar la fragmentación de los mercados financieros y trasladar la mejora en ese terreno a la economía real. Esa es la verdadera bifurcación existente todavía en el ámbito de la crisis iniciada a finales de 2008. Ese es el entorno en el que se definen las decisiones de inversión. Y de ahí mismo es de donde surge la dicotomía entre el desaliento que prevalece en Europa, la lentitud de la recuperación en Estados Unidos, la reducción de las expectativas de crecimiento y rentabilidad en Brasil y hasta en China y el actual arrebato por México.
España es uno de los lugares en los que la gestión de la crisis a partir exclusivamente de imponer una bárbara austeridad económica se exhibe con mayor contundencia. La tasa de desempleo es de 26 por ciento y equivale a casi 6 millones de personas, de una población total de alrededor de 48 millones. La población activa disminuyo en más de 176 mil personas sólo en el último trimestre y se ubica en poco menos de 23 millones.
Los efectos del ajuste fiscal, es decir, la caída drástica del gasto público en especial en materia de salud y educación cancelan de modo efectivo las oportunidades, reducen la calidad de vida y, en efecto, hipotecan el futuro. Las repercusiones generales no son la suma de lo que ocurre a nivel individual. Lo que le pasa a cada persona no se esconde en una estadística.
La austeridad impuesta como eje esencial de la política pública para ajustar los presupuestos no es únicamente un criterio técnico, sino que tiene un carácter eminentemente político. Los efectos de esa austeridad van alcanzando incluso a su principal promotor que es el gobierno alemán. El objetivo de sanear los mercados financieros tiende a ser una victoria pírrica en la medida en que se agravan las condiciones sociales.
Y a todo esto se añade la casi epidémica corrupción en los partidos políticos. Los casos notados de España e Italia no son los únicos. Tampoco se limitan al entorno público sino que se relacionan, necesariamente, con el sector privado. Esto significa un desgaste muy fuerte del entorno democrático, que ha sido uno de los valores sociales y políticos más destacables en la conformación misma de la Europa de la segunda posguerra. Es, inevitablemente, un rasgo más de la crisis y de la gestión social tal y como se practica actualmente.
En México el ánimo es el contrario. El ambiente positivo es el que prevalece hoy. La economía seguirá creciendo, las reformas se están planteando; todo es actividad a escala ejecutiva y legislativa. Los acuerdos y los pactos proliferan y son la base del quehacer político. De la educación a la energía; del financiamiento de la producción a la inversión en infraestructura; del reforzamiento de la política fiscal al fomento del mercado interno.
Y, sobre todo, la atracción de los capitales externos. México es un imán para los recursos que sólo obtienen un magro rendimiento en otras partes. La deuda pública es un gran atractivo, aunque sea parte integral de los desequilibrios que definen a los mercados financieros globales. Hasta cierto punto es una forma de burbuja especulativa. Y los nuevos negocios, como en el caso del sector de la energía, son muy apetitosos. El auge pude llevar, según algunos, hasta a una fuerte apreciación del peso frente al dólar.
Aquí también, como afirmó Draghi, habrá que llevar los resultados a la economía real. Es real no sólo en un sentido contrapuesto a lo monetario como lo entienden los economistas, sino de un modo literal, o sea, aquel en el que vive la gente, más allá del tan mentado efecto y su efecto en el consumo, e incluyendo, por cierto, la seguridad.
León Bendesky
Recuperado de http://www.jornada.unam.mx/2013/01/28/economia/028a1eco 31 de enero 2013